Mucho se ha hablado esta semana sobre el documento marco
para un posible pacto de investidura que ha difundido el Partido Socialista.
Los medios reflejaban conclusiones dispares sobre el documento, Podemos
afirmaba que se parecía mucho a su programa, Ciudadanos parecía ver con buenos
ojos gran parte de la propuesta y desde el PP lo tildaban de “retorno al más
puro estilo zapateril”. Pues bien,
¿es esto último cierto?
Ciertamente no pueden negarse ciertos trazos evidentes de “zapaterismo”
en el documento, como la voluntad de incidir en la paridad de género mediante
leyes de discriminación positiva, la intención de impulsar la Ley de Memoria
histórica o la propuesta relativa a una potencial subida del salario mínimo interprofesional (hablamos de
zapaterismo téorico, claro está).
Sin embargo, lo que en ocasiones se vislumbra como un
documento de gobierno "por y para" la izquierda tradicional goza, en mi opinión, de considerables luces que es de justicia destacar. Eliminación de aforamientos, primarias obligatorias, impulsar
la Iniciativa Legislativa Popular, dos tercios de la cámara para el
nombramiento del Presidente de RTVE, regular la celebración de debates
electorales, garantizar una mayor independencia de la CNMC y la CNMV, allanar el terreno a un gran pacto nacional por la educación y por la ciencia, eliminar las tasas
judiciales para PYMES, establecer 5 años de incompatibilidad tras el ejercicio
de altos cargos para evitar las llamadas puertas giratorias, prohibición del
indulto en delitos por corrupción política, revisión al alza de las penas por
delitos de corrupción…
Sin duda gran parte de las propuestas pueden quedarse
finalmente en un sonado brindis al sol, y por otra parte se echan de menos
muchas otras reformas importantes (despolitización de la Justicia, el Tribunal
Constitucional o el Tribunal de Cuentas, responsabilidad civil subsidiria de
los partidos políticos, despolitización de la Fiscalía General del Estado,
aumento de los plazos de prescripción de los delitos por corrupción política, regulación
estricta de las primarias, entre muchas otras). No obstante, creo que podemos
afirmar sin miedo a equivocarnos que poco hay de zapateril en muchas de las
concesiones del documento; José Luis Rodríguez Zapatero gobernó una España
bipartidista que, probablemente lo único en lo que parecen coincidir los analistas políticos, podemos dar por enterrada desde el pasado 20 D. Un país donde
los dos grandes partidos podían reprocharse en público y repartirse
los jueces, las cajas y las televisiones en privado, donde la voz de la
ciudadanía era sin duda menos importante, ahogada en un eterno turnismo en el
que no hacía falta tener programa o un plan de país, sino sentarse a esperar
con paciencia a que el devenir de los acontecimientos determinara el cambio de
gobierno...
Supongo que muchas cosas han cambiado en España, aunque aún
no terminemos de acostumbrarnos, para que determinadas concesiones a la ciudadanía
se acepten por parte del Partido Socialista Obrero Español -otrora bastión del
bipartidismo más férreo-. Algunos
idealistas y románticos de la política podrán preguntarse si Pedro Sánchez y su
equipo verdaderamente creen en unas propuestas que su partido ha rehuido
durante lustros. En palabras de Cicerón, sin duda esto sería así en la
República de Platón. Como el antiguo orador, considero que en el mundo real vivimos lejos de dicha res publica idealizada, instaurados más bien “en los barros de Roma”. Con
convencimiento o sin él, lo cierto es que las cosas empiezan a cambiar.
En efecto, a veces las reformas en política no vienen de la
mano de un cambio de gobierno, o de sistema de partidos, sino del riesgo -aparente o real- de que
dicho cambio se produzca. En otras palabras, la irrupción de los emergentes en el
Parlamento puede no haber sido tan arrolladora como algunos esperaban, pero ya
está obligando a un en otro tiempo todopoderoso bipartidismo a proponer cambios relevantes, aunque sólo sea en la aplicación más esencial de la teoría de la evolución: adaptarse o morir.
Alguien escribió una vez durante la pasada legislatura,
lamentando la decadencia democrática de nuestro país, que PP y PSOE no
renunciaban a las desmedidas estructuras de poder en torno al bipartidismo por
una sencilla razón: porque podían. Creo que no es descabellado sugerir que quizá ya "no puedan". En este nuevo contexto político ya no es
suficiente con que falle el otro para gobernar, ni siquiera es suficiente ganar
las elecciones, como estas semanas digiere con dolor el Partido Popular.
Algunos ven con temor la “inestabilidad” surgida del pasado
20 de diciembre. Sin embargo, soy de los que creen que si enterramos el debate
por posiciones, sustituyéndolo por el debate de ideas, si los partidos están a
la altura y demuestran ser capaces de exhibir sentido de Estado, de buscar los
puntos de encuentro y no las diferencias irreconciliables, podemos estar ante
una oportunidad única de reformar nuestro marco institucional, de adaptarlo y
volver a anudar los lazos que nunca debieron romperse entre representantes y
representados. Si todo ello ocurre, sólo entonces, podremos hablar de una verdadera
Segunda Transición.